Ámsterdam: Check ✓

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A mediados del otoño pasado muy a las 10 de la mañana, bajaba los escalones de un bus para pisar por primera vez la capital holandesa, Ámsterdam, después de un viaje de un poco más de dos horas desde la industrial ciudad alemana de Duisburg. Al tener ambos pies en esa legendaria, liberal y extraña tierra bajo el nivel del mar, venía lo primero, el primer suspiro, inhalar el aire con tintes de mar y a metrópolis histórica. Tenía casi 10 horas para conocer la ciudad, o por lo menos lo más importante de ella, alquilar una bicicleta es la mejor opción, montarse en un bus turístico, taxi o cualquier transporte cerrado es una pena. Yo opté por caminar un rato, tras no más de 10 minutos de camino ya estaba en el centro, en ese corto camino de no más de 800 metros, escuche tantos idiomas distintos y vi tantas caras con rasgos y razas tan diferentes entre sí, que de inmediato me di cuenta de qué tenía para mí esta ciudad de todos y a la vez de nadie.

Inevitablemente y después de cruzar varios canales y angostas calles y como si la ciudad fuera algún tipo de agujero de gusano, de repente estoy sentado en un Coffee Shop, de la famosa cadena The Bull Dog, que es el MacDonald’s de la marihuana. Sentado en la barra de un lugar con poca luz, muchas luces de neon, el sol entra cuando le da la gana, la música: minimal house a todo volúmen, dos personas atienden el negocio, una mujer muy hermosa, de brazos tatuados y cabellos de colores que brillan con el neon, atiende a la clientela mientras baila, se mueve y da vueltas como si fuese la mejor de las fiestas; a su derecha un hombre de veintitantos, rubio y alto, vestido totalmente de negro, cabello desaliñado, usa gafas redondas, ahora sé dónde terminó Draco Malfoy y de donde viene su magia. Si su compañera bailaba y atendía al tiempo, este personaje como mucho podía formar una sencilla oración: «Qué quiere» dijo, a lo que respondí algo aturdido y nervioso por su apariencia y ojos completamente perdidos en la nada: «Eh, no sé, tal vez una cerveza». tras esa frase, hubiera sido más fácil ponerme un letrero en la frente que dijera «Hola, soy un turista ignorante, no me tomé el trabajo de leer cómo funcionaba esta industria en tu país, perdón». Entonces el hombre al que llamaré Draco-notablemente fumado me dijo, «En los Coffee Shops no vendemos cerveza». A lo que respondí como lo hago usualmente en una situación de vergüenza desde que tengo 15 años: «Quiero un café por favor». En el proceso de servir mi café, Draco-fumarola rompió dos vasos pues sus manos no entendían por qué su cerebro las había abandonado para detallar la textura del corbatín de un Hipster local. Cuando llego mi café, regado y mal servido entonces pensé, tal vez sea  hora de seguir al próximo destino sin llamar la atención por el letrero que anteriormente había colgado en mi frente….

En resumen, estoy gratamente encantado con la ciudad, tanto que por ahora sigue apareciendo en mi lista como el primer lugar a visitar cuando la oportunidad se presenta, tanta diversidad cultural en un sólo lugar, convive, respira junta, algo tiene el aire de esa ciudad a parte de una gran concentración de marihuana que te hace querer quedarte, vivir, estudiar, leer y escuchar. Nunca en ninguna ciudad me había sentido tan cómodo, como si estuviera en un lugar donde querría quedarme por mucho tiempo, viviendo de todo y nada. En una calle principal, me detuve a escuchar a un músico callejero al rededor de 15 minutos, un hombre intrigante, barbado, algo andrajoso pero extrañamente a la moda, una guitarra amarrada a un platillo colgada de su espalda que a su vez reposaba sobre un bombo que usaba a modo de mochila, accionado no más que por su pie izquierdo. En su otro pie y llevando el ritmo, una pandereta a modo de zapato. Tenía una voz que aún no logro identificarla o clasificarla, a veces sonaba a leyenda del blues de Nueva Orleans, a veces a Jonny Cash pero negro, en cierto momento a Bob Dylan, qué sé yo, un músico genial que se ganó según mis cuentas al rededor de 10 euros en los 15 minutos que lo escuché. Es curioso, hasta el músico callejero de ropa vieja y trajinada tiene la personalidad y el estilo que muchos cantantes con contratos millonarios añorarían. Tal vez todo hace parte de la magia de esa ciudad, tal vez todos sus personajes viven bajo la premisa de mantener la teatralidad propia. Prometí volver cuantas veces fuera posible, estoy seguro que cumpliré.